viernes, 24 de febrero de 2017

La matemática no es blanda

A los 15 años, poco antes de empezar a estudiar quinto grado de secundaria, tuve la maravillosa experiencia de recibir clases de matemática de un hombre increíble. Yo no lo busqué sino que él me buscó: me dijo que su esposa le había comentado y que por eso él nos enseñaría todas las semanas. Entonces aprendí domingo a domingo mis primeras lecciones de matemática avanzada. El álgebra superior, aquella genialidad persa, discurría demasiado fácil cuando la tiza en su mano marcaba la pizarra de blanco y colores. Sus clases de trigonometría traían ante mis ojos las formas más bonitas de la naturaleza en formas comprensibles. Era el mundo abstracto pleno de magia y fantasía hecho realidad.
Aquellos «ejercicios propuestos», los que solo tienen respuesta pero no procedimiento de solución, colocados al final de cada capítulo del libro texto de quinto de secundaria sucumbían uno tras otro en pocos instantes. Cuando en el colegio ya estaban por terminar el primer bimestre de clases todos los ejercicios del libro completo estaban resueltos.
En la universidad dejé de ver a mi profesor de matemática. No recuerdo de alguna vez que nos hayamos cruzado en los pasillos sino fuera de la universidad hasta varios años después cuando ya me había graduado. Un día entró a mi oficina en la universidad donde trabajaba preguntando dónde quedaba la biblioteca, salió tan rápido, más rápido de lo veloz que andaba, y no me dio tiempo a saludarlo como tuve la intención frustrada.
Entonces recordé que en la primera clase de mi primer curso de matemática en la universidad, el profesor escribió seis ejercicios de Álgebra Superior, de Hall & Knight, y sacó seis estudiantes a la pizarra. El profesor me quedó mirando y me preguntó cómo lo has resuelto, hice un cambio de variable, le respondí, quién te ha enseñado eso, me volvió a preguntar, y mencioné el nombre de mi querido profesor, dónde, me volvió a preguntar, en la academia, mentí, en la academia no me había enseñado sino en clases particulares en su casa, pero con el polo raído que llevaba puesto pensé que decir clases particulares parecería una respuesta cómica.
Con el paso del tiempo me enteré varias cosas tristes. Una, que sus hijos no sostenían contacto frecuente con él, otra, que su esposa lo había dejado porque nunca lo quiso, y la peor, que estaba preso en la cárcel sentenciado por un delito del cual no tuvo cómo defenderse porque adjetivos más adjetivos menos, parece que la acusación era verdad.
Si has pensando que la universidad produce personas felices, no es así. La matemática es una ciencia exacta, dura, y todos los conocimientos de ciencias y humanidades que da la universidad son duros.
¿Para qué sirve la matemática? No sé, supongo para contar, sumar y seguramente muchas operaciones complejas, pero no sirve para hacer felices a las personas.
Ningún curso de economía y derecho, ingeniería y medicina, ni cualesquiera otras profesionales hacen felices a las personas; es más, ni siquiera nos hace mejores personas. En ningún curso de colegio o universidad se nos enseña a negociar nuestros contrato de trabajo ni a comunicarnos apropiadamente, a trabajar en equipo ni a liderar relaciones de poder, mucho menos a conocernos a nosotros mismos… no se nos enseña ni siquiera a respirar.
Hemos dedicado la vida toda a aprender las habilidades duras de cada especialidad y profesión, los detalles y especificidades de cada disciplina pero nadie nos ha enseñado las habilidades blandas comunes a todas las carreras. Tenemos urgencia de aprender a liderar, negociar, comunicarnos, brindar coaching, trabajar en equipo, tomar decisiones, motivar. Tenemos urgencia de aprender las disciplinas blandas de las cuales la matemática no es una.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario